Aún recuerdo aquella bolsa cruzada, negra, e inmensa que siempre acompañaba a mis padres, mi hermana y mi hermano en todos los viajes. Dentro se acomodaba todo el equipo fotográfico que mi madre cargaba, ahora no recuerdo todos los componentes, pero se con toda seguridad que albergaba una cámara réflex de carrete Minolta X-300, una óptica de 50mm 1.7f, un flash, el manual de la cámara, y un cable disparador.
Foto de David Dittrich de una Minolta X-300
Me pasaba tardes enteras mirando a través del visor de la cámara, desenfocando y enfocando todo lo que veía a mi alrededor, era como entrar en un mundo de película. A los lados del visor tenías unos números qué se iluminaban según la luz de cada momento, obviamente, eso era la velocidad de obturación, que se iluminaban según las indicaciones del fotómetro.
Una de las fotos que hice a mi madre con la Minolta. Usé la exposición que marcaba el fotómetro sin el sol y re-encuadré, algo que me había enseñado mi hermano mayor.
Al ser una cámara de enfoque manual, tenías que hacer coincidir las líneas verticales que cruzaban una redonda partida por una línea horizontal en medio del visor. Recuerdo como me gustaba hacer fotos aunque no tuviera carrete, y cómo me mosqueaba que ya hubiera uno dentro y no pudiera disfrutar del sonido del obturador cuándo yo quería, ese carrete estaba esperando a que alguien llenara los 24 disparos de los que disponía.
Me leí varias veces el manual, en realidad, no leía demasiado, miraba las fotografías en blanco y negro que había dentro para ver si encontraba alguna función interesante, como por ejemplo el temporizador de 10 segundos. No recuerdo muy bien como aprendí el funcionamiento de todo aquello, simplemente crecí con esa información.
A veces me hacía con un carrete de 24 fotos y le pedía a mi madre que me dejara usar la cámara por casa. El padre de mi mejor amigo tenía una tienda de fotografía, así que no era tarea difícil conseguir uno. Una vez, no se dónde leí, que podías dejar el obturador abierto con un cable disparador, así que bajé todas las persianas del comedor y lo probé.
Resultó que si el flash estaba encima de la cámara, éste se disparaba cada pocos segundos, consiguiendo marcar en el carrete aquello que iluminaba a cada destello mientras yo me movía por la habitación. En las fotos aparecía como un fantasma, varias veces en la misma foto. No se como se me ocurrió sacar el flash de la cámara y pulsar yo mismo cuándo quisiera el botón, así podía aparecer con varios brazos en la misma foto, o multiplicar objetos e incluso billetes de 1000 pesetas. Incluso usé un mechero que había por casa, para ver cómo se marcaba la luz en las fotos mientras el obturador estaba abierto.
Ca…me…ha…me…..
Para colmo, las fotografías se tenían que revelar, y lo divertido del asunto es que la persona que las revelaba, es decir, el padre de mi amigo, las tenía que ver para poder revelarlas. Algunas veces se quedaba sorprendido de aquellas “tonterías” que hacía con la cámara e incluso habló con mi padre alguna vez sobre el tema.
Así que cuando alguien me pregunta ¿cómo empezó todo? no tengo ni idea, crecí con ésta cámara y más tarde con las Nikon de mi hermano, aunque también usó una Canon por un tiempo. Me encantaba ojear las National Geographic, para mi los fotógrafos que salían allí eran héroes, que podían dejarte sin aliento al ver sus fantásticas fotografías.
Mirando atrás me doy cuenta que la curiosidad y la imaginación son dos cosas que no debemos perder con los años si queremos mantenernos creativos.
También llegué a tener una compacta, tampoco era plan que un crío fuera por ahí con una cámara de 40 mil pesetas.
Tampoco creo que empezar con 11 años te haga ser mejor fotógrafo, una cosa son las horas que has dedicado a ello, y otra muy importante, el afán de superación y autocrítica, mejorando a cada paso foto que haces.
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